Memorial
El memorial es un recordatorio especial de la persona fallecida y cada cual construye su propio modo de hacerlo posible.
Nancy Córdova
Carta para mi hermana
Mi querida Nancy, son veinte los años que ya no estás. La misma edad de mi hijo, sí, de aquel, que me hubiese gustado conocieses, pero no fue posible...
El tiempo pasa pero para mí sigues presente, ya sea por la fecha de tu partida o por tu cumpleaños que coincide con el ajetreo de fin de año; por algún recuerdo que de pronto llega a mi mente, por un parecido con alguien, por la carrera que habías decidido sería tu camino, por una canción -sea cual sea el motivo- sigues presente en mi vida. Eras mi hermana ¿Cómo olvidarte?
El tiempo ha suavizado el dolor, lo hizo soportable para ser llevado en mi mochila que llevo a cuestas por lo hecho y lo no hecho. A veces me pregunto ¿en qué estarías hoy, tendrías hijos, vivirías en esta ciudad, en este país?
Compartimos nuestra infancia, penas y alegrías, nuestros juegos de niñas, la ida y regreso del colegio. Cómo olvidar como disfrutabas saltar aquella piedra, era pequeña pero para ti un juego, un desafío de cada día.
Me quedo con tu sonrisa, con tu alegría, con tus ganas de ganarle a la vida a pesar de las circunstancias, parecía que nada sería imposible para ti. Irte lejos, quién lo diría, fuiste valiente, inmensamente valiente, para enfrentar el mundo solo con tus sueños y unas cuantas pertenencias.
Nada pude hacer... Dios me ha ayudado a entenderlo así. No como un consuelo sino como la libertad que nos otorga para decidir sobre nuestros actos. No es fácil ni para quien toma la decisión, ni para quienes quedan.
Culpa, dolor, desconsuelo, rabia, impotencia, odio contra todos y todo, contra la propia vida son solo algunos de los sentimientos que se experimentan. Pero culparte a ti no fue mi caso, por el contrario me pregunté innumerables veces si algo pude haber hecho para evitar tu decisión.
Deseo con todo mi corazón que Dios te haya recibido, entregado el consuelo que no encontraste en esta tierra, en este mundo, con esta humanidad.
Me despido con un hasta siempre porque espero volver a verte algún día cuando sea el momento...
Te envío un abrazo que traspasa mundos de tu hermana, la que te quiere por siempre.
Norka Córdova Bravo, Octubre 2016
Alfonso Alcalde
Un Acto Justo
Hace 24 años mi padre se ahorcó con su propio cinturón en la ciudad de Tomé, en la octava región.
Llovía…, no paró en tres días seguidos, no quedaban lágrimas en las viejas calles de la galaxia de Tomé (como le decía el Alfonso). Hacía frío.
Yo tenía 19 años. Un par de años antes lo había echado de la casa donde vivíamos junto a mi hermano chico, por tirarle un plato de comida a mi madre. Sin miedo, sin remordimiento y con la certeza (de un joven de 19 años) separamos las aguas. Partíamos de nuevo, los tres, más solos, más firmes.
Esa llamada…, cerró el círculo de mi adolescencia. La esperaba, la intuía, la sentía. Alfonso Alcalde moría a sus setenta y un años por sus propias manos.
Las mismas que ocupó para acunar a varios de sus hijos. Los literarios y los con hueso. Con esas mismas manos que golpeó incansablemente esa máquina de escribir negra como el pecado y vieja como su alma. Con esas mismas manos que escribió una cantidad soñada de letras superpuestas, con esas mismas manos, con esas mismas manos, con esas mismas manos que preparó su huida.
Lo preparó todo, lo pensó, lo pensó y lo pensó.
Nos dejó una carta…, en el basurero, rota en 64 pedazos. Lleno de textos en clave y en lecturas de líneas por medio (siempre le encantó jugar). Ahí estaba todo.
Sabía que la encontraríamos y que las reconstruiríamos pedazo a pedazo…, como nuestras vidas. Sabía que la leeríamos línea por medio. Sabía que lo perdonaríamos, que construiríamos nuestras familias mirándolo con el rabillo del ojo, sabía que lo recordaríamos cada 5 de mayo, sabía que cada año con más alegría.
Sabía lo que hacía. Sabía que era su último recurso, sabía que las lucas ya no llegarían, sabía que ya estaba bueno, sabía que ya se había secado. También sabía que ya no veía, sabía que estaba solo, sabía que estaba viejo, sabía que era su último poema.
Sabía marcar como solo lo hacen los poetas. Sabía que su cinturón como metáfora era perfecta. Ahí estaban las perforaciones de los años y las de los suspiros, Sabía lo que hacía.
Solo nosotros no lo sabíamos.
Hoy vivo con lo que tengo y ya no con lo perdido. Hoy es tan justo el acto del suicidio. Hoy es tan claro que no hay culpas. Hoy es tan sanador dejarlo huir.
Hoy…, tengo esa carta llena de cinta adhesiva en un rincón de mis cajones. Esta cuidada por el infinito amor de mi madre, salpicada por la rabia más feroz de mi alma y por la certeza (de un joven de 45 años) de que fue un acto justo.
Hilario Alcalde Uschinsky, Julio 2016
Franko Rodríguez
Polilla
Jueves 06 de junio del 2019… Solo bastaron unos pocos segundos y la historia de nuestra familia cambió… Ahora no busco respuestas, ni responsables. No te cuestiono, ni te culpo por tu decisión, y aunque se que es imposible, solo quisiera que todos despertáramos de esta maldita pesadilla y podamos seguir disfrutando de tus bromas y tu forma especial de ser.
Tu despedida, aunque fue con mucho dolor e inconformidad, estuvo repleta de compañía, flores y cantos. Reuniste a la familia y amigos a tu alrededor. Lograste reconciliación, reencuentros y mas unión que nunca. Las nubes se abrieron en el cielo, en el momento preciso, como esperando recibirte.
Solo espero que, a pesar de tantas lágrimas derramadas por tí, puedas encontrar tu camino hacia el reino celestial y encuentres la paz que necesitabas.
Te recordaremos por siempre amado Franko.
Familias: Rodríguez Cáceres, Cáceres Allende, Cáceres Ibáñez, Cáceres Miranda, Troncoso Rodríguez, Jorquera Rodríguez, Cáceres Lara y Cáceres Fuentealba.
Juan SalvaRokh
Carta a Peguito
Despedimos a nuestro Pegui – SalvaRokh: hijo, hermano, nieto, sobrino, primo, amigo; músico, trovador, artista… y por cierto, compañero, porque acompañaste esa condición con un pensamiento socialista, ya que mantuviste la convicción de que serían los trabajadores quienes con sus propias manos conquistarían un mundo nuevo, igualitario.
Estás en nuestras memorias ardientes, no abandonando ni por un segundo la música que te siguió en todos tus asuntos, con tu herramienta de vida a cuestas, tirando el carro del parlante con el que desde esta parte del planeta amplificaste melodías y acordes con los que fuiste un “compañero de viaje” de decenas de batallas por la libertad, contra la opresión y las cadenas que estrangulan este mundo.
Porque en tu trayectoria artística teñiste tu obra, tus interpretaciones, de la lucha por una nueva vida, donde los marginados fueran la depredación, el lucro, la miseria y esclavitud que azotan a miles de millones de almas.
Y es que como muchos aprendimos de ti, de tu sabiduría musical, de letras, solidaridad, historias… lo profundo. Con ese que fue tu lenguaje presentaste resistencia a una sociedad que nos somete a considerarnos según cuanta riqueza generemos o poseamos, nos despoja de tomar nuestras propias decisiones y así de determinar las relaciones con nuestros iguales. En una palabra, que nos quita la posibilidad de ser dueños de nuestras propias vidas y su destino.
Y no solo lo compartías, sino que lo vivías, ya que tu trabajo, tu oficio y el contenido que le diste fue de la mano con tu esencia, lo que te caracterizó e hizo genuino, tu talento natural, que animaba tu cuerpo, tu espíritu y moral. Cualidades que no pueden venderse ni comprarse.
Desde la humildad y sencillez, tu trayectoria fue un constante desarrollo de tu potencial artístico, cuestión que desafortunadamente pocas personas pueden plasmar en sus vidas, dada la imposición de solo trabajar para vivir e incluso solo sobrevivir.
Como era de esperar, las letras, la poesía fueron tu refugio y reducto estos últimos meses de cruda resistencia. Pues, en este tiempo nos dijiste que sentías en tus huesos el sufrimiento de esa “humanidad sobrante” que migra y malvive en las ciudades del país, que su dolor era tu dolor. Y cómo no ser así, si vivimos momentos de la mayor crisis de la sociedad, de los flagelos más duros. Escaseó el trabajo y abundó más la pobreza, se multiplicaron la represión y las cárceles, los toques de queda y los encierros que nos han privado del compañerismo, la solidaridad, la sociabilización. En tanto que hacen un ruido atronador el éxodo de millones de almas, de bombas y aplanadoras, que a veces muestran su rostro más vil y en otras se cubren con cantos de sirenas y anestesias sociales.
Y tu partida, tu difícil y desgarradora partida, no es ajena a semejantes monstruosidades. Tal brutalidad atormenta a sensibilidades como la tuya, que se rebelan contra la sola idea de ocupar un lugar entre quienes se benefician de dicha barbarie.
Por ningún motivo dejaremos de lamentar tu partida y tu decisión, pero menos aún te juzgaremos, porque no nos cabe duda alguna que amaste la vida, ya que pugnabas por transformarla con tus manos que acariciaban cuerdas, con tu voz y compromiso firme, con tu canto y tus escritos. Sí, amaste la vida, pero no esta vida.
Lo repetimos, nuestro Pegui – SalvaRokh se cobijó en las letras y la poesía. Supimos que entre los autores que acompañaron sus lecturas fue central Roberto Bolaño, el escritor nacido en Chile y que con su pluma insurrecta escribió al mundo y a voces firmes y valientes como la tuya. Por ello queremos compartirles unas palabras que creemos dieron aliento a los últimos días de nuestro Pegui:
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"Yo soy de los que creen que el ser humano está condenado de antemano a la derrota, a la derrota sin apelaciones, pero que hay que salir y dar la pelea y darla, además, de la mejor forma posible, de cara y limpiamente, sin pedir cuartel (porque además no te lo darán), e intentar caer como un valiente, y que eso es nuestra victoria.”.
José Miguel Henríquez Guerra
Mi adorado Pepito
Pepito, mi único hermano, aún recuerdo cuando nos escondíamos de la vida, con miedo a la violencia, abuso y de todo lo que nos dañara. Con imperturbable valentía, soportaba tus embestidas de dolor y auxilio. En tu inocencia de niño, estaba escondida esa daga en tu alma, esa malditita herida que nunca dejó de sangrar, mientras tratabas de sobrevivir en un mundo hostil, cruel e indiferente.
También recuerdo los buenos momentos, tus ojos verdes esmeralda se encendían al planear una travesura.
La intolerancia, los prejuicios, la vergüenza, la incomprensión que percibías en tu entorno, producto de una sociedad tan pacata e hipócrita, lograron que arrancaras a Lima. Ahí eras anónimo, nadie te juzgaba, eras libre, pero la daga seguía penetrando tu corazón lentamente, dejando una estela de sangre, dolor y muerte.
La ciudad de Lima fue el epicentro para viajar por los cinco Continentes y conociste al amor de tu vida.
Siempre me repetías que eras un “alma vieja” y que morirías joven. Me preparaste consciente e inconsciente para tu último viaje. El último de tantos otros que tuvimos. Recorrimos montañas, selvas, ciudades milenarias, lloramos en el Río Cena y cantamos en Calabria.
Sin embargo, el dolor estaba ahí siempre en tu corazón, no importaba a que País o Continente fueras, ahí estaba esa daga que nadie conocía y que cada vez te estaba desangrado con una fluidez espeluznante.
Pepito, he cumplido total y absolutamente nuestra promesa. Sé que estás bien y feliz, como me lo haces saber en mis sueños. Ahora vuelas tal mariposa libre entre nube, mar, sol y cielos. Mi corazón se desvela en tus recuerdos.
Te ama tu hermana Ana Lidia
José Roberto Henríquez Álvarez
Amanecer en rojo furioso
Los relojes marcaban las ocho y veinte de la mañana de un lunes 14 de noviembre de 2004, en el cementerio más antiguo y connotado del histórico puerto de Iquique. Tu estruendo fue tan grande que las aves y las almas que habitaban en campo santo volaron espantadas por la estela de tu rojo furioso que se iba diseminando.
Elegiste el mausoleo familiar, que construiste para realizar tu último acto, como una trágica Ópera de esas que tanto amabas y sentía en tu alma ese canto de amor, locura y muerte.
Aún pienso que pude salvarte, en tu último domingo me visitaste y me dijiste que te ibas de viaje. Pensé todo el día y te llamé tarde en la noche. Te dije a boca de jarro que no hicieras una locura como suicidarte.
Ese fatídico lunes te llamé temprano a tu negocio y me dijeron que te fuiste al cementerio. No podía respirar, sabía lo que intentabas, no te pude retener, la decisión ya estaba tomada.
Siete cartas
Dejaste siete cartas para tu familia y grandes amigos en las cuales tu único objetivo era protegerme y que me ayudaran y cuidaran.
Y me dejaste una a mí, ahí me escribías “no llores y piensa que me fui antes”. Incluso al atentar contra tu propia vida, siempre me tenías en tu pensamiento.
Amado padre, hay días que sólo recuerdo tu fatídico acto; y otros tu alma libre, juguetona, apasionada y ensimismada. Entonces te vivo como pensamiento, como un sueño, de esos en donde me visitas, en ese templo onírico de maravillosos recuerdos. Y es ese mundo fantástico donde nos vemos en colores, aromas y recuerdo. Sé que es amor, amor perfecto.
La última vez que me visitaste en el templo de los sueños, me entregabas una espada de plata, vi tus ojos, sentí tu voz, tu aroma y el amor de ensueño.
Incluso en los sueños me sigues protegiendo. Ese lazo de amor se sigue fortaleciendo.
En memoria de mi amado padre José Roberto Henríquez Álvarez
Juan Miguel Godoy (Yin Yin)
Para Yin
En este nuevo día, mi amor, fiel e íntegro va hacia ti, Juan Miguel, Yin.
Siente que mi pobre amor llega hasta ti, alcanza a ti y se queda un tiempo contigo.
Yo no quiero turbarte si ya tienes la paz y la dicha, vida mía. Pero si tú no las tienes todavía enteramente, sabe tú niñito mío, que tu ternura vela por ti y sabe que me quedo al lado tuyo, buscando darte algo de esa paz y de esa alegría.
Recíbeme, vida mía, siénteme y reconóceme.
Yo quiero comenzar y terminar mi día contigo, con tu imagen en mi mente y tu nombre en mi boca.
Gabriela Mistral, 1943
© Yin Yin (Juan Miguel Godoy Mendoza) El Sobrino de Gabriela Mistral - Pedro Pablo Zegers - Ediciones Universidad Diego Portales, 2015
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