Una reflexión

UNA VOZ EN EL DESIERTO

Para algunos, el suicidio es una palabra. Para otros, el suicidio es una estadística. Acaso un correlato de causas, un decaedro de múltiples aristas, ya que una sola perspectiva no puede abarcar tanta complejidad.

La muerte voluntaria ha congregado a lo largo de la historia a médicos, psiquiatras, psicólogos, sociólogos, teólogos, filósofos, científicos, investigadores, pintores, escritores, músicos e industria farmacéutica…

Según la Organización Mundial de la Salud, el suicido es un grave problema de salud pública. Quizás por esto, se ha abordado permanentemente desde una mirada sanitaria y orientada mayoritariamente a la prevención. Sin perjuicio de lo anterior, es necesario realizar otro tipo de intervenciones que involucren a quienes sobreviven a la pérdida.

En este contexto, se estima como positivo establecer una red de apoyo a las familias y personas que pierden a un ser querido en estas circunstancias; un espacio de encuentro creado por y para sobrevivientes a la pérdida y va más allá del soporte intra familiar que, de manera natural pudiera suscitarse durante los ritos funerarios o el desarrollo del duelo.

El suicidio es un acto voluntario e individual, pero ocurre dentro de una comunidad. De hecho, se estima que entre cinco a diez personas del entorno cercano del fallecido se ven fuertemente afectadas; generando lo que llamaremos una “onda circular en el agua”, dando paso a un complejo proceso de duelo, el que en ocasiones afecta la propia salud física y mental de los duelistas.

Quienes quedan, experimentan un conjunto de emociones que no se encuentran con la misma intensidad y/o frecuencia en otras causas de muerte. Por ejemplo, sentimientos de traición, de abandono, de culpa y en algunos casos de alivio; la posibilidad de sentir que se ha fracasado en el rol de cuidado o que se tiene al interior de la familia. De la misma forma, pueden surgir sentimientos ambivalentes o distorsionados que hacen aún más dolorosa la experiencia o sumergir a los sobrevivientes a la pérdida en dilemas morales, éticos o espirituales o en una importante crisis vital. Por lo tanto, se puede afirmar que el duelo por suicidio presenta determinadas características que lo diferencian del resto.

El suicidio es más que un listado de formas de quitarse la vida, una noticia o un rumor porque está inscrito en la biografía de miles de familias chilenas. El suicidio es una cicatriz que atraviesa nuestro país de norte a sur, sin distinción de edad, ocupación, estado civil, credo, realidad social o cultural.

Un suicida, es un ser humano y este acto, más allá de la tumba, también es una interpelación de él o de ella a la sociedad en que vivimos. La invitación es que esta experiencia trascienda la intimidad de las familias para que se conozca como un hecho social que merece especial atención, cuidados y recursos.